Lo asediaban.
Él las acariciaba, las alimentaba, dormían en su cama. En las
siestas soleadas, las sacaba a pasear tomadas de la mano. Los
vecinos sabían que, cuando era el turno de las más largas, un
trencito interminable impedía el avance de los automóviles.
La casa se
pobló cada vez más y el baño estaba siempre ocupado. Lucio tomó una
decisión. Las perfumó, les enseñó a cantar, a bailar y, para
prevenirles la soledad, las organizó en racimos según sus afinidades,
luego, envió a las palabras a recorrer
el mundo.
Entonces,
lo nombraron poeta.
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