Era difícil lograr que sólo se limitara a cumplir sus funciones. Al menor
descuido , encaraba la
arista dorada del hombro, se deslizaba
por la espalda y buscaba todas la
grietas, todas las fuentes sombrías y agrias que lo redimieran de su sequedad
natural.
Cada vez se volvía más irreverente. Justo
cuando la luz incidía con un ángulo
óptimo y los poros parecían médanos que cambiaban de forma a cada
instante, aprovechaba la pose, la distracción, se zambullía con la boca abierta y se babeaba sobre el ombligo, sobre
el vientre, con la excusa de realizar
mejor su obra.
Después, el resultado
era espléndido: el cuerpo despojado
resaltaba sobre el fondo de los
apetitos y representaba la vida misma . El sexo fijaba su
latido más intenso y escandalizaba a los desprevenidos espectadores. Su tarea era impecable pero
tampoco podíamos permitirle que se
propasase con esa excusa. Después de todo, era sólo el objetivo de una cámara de fotos.
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