Lo buscó entre los pintorcitos de los
jardines maternales, en el bullicio
de los alumnos de la primaria, entre los chicos que pateaban en
los potreros, entre los jugadores de polo. Lo buscó bajo la lluvia (siempre
llevaba un paraguas de más por las dudas). De noche, en
calles sin iluminación pero
también en los sueños (allí a veces
creía que lo encontraba). Lo buscó entre los nombres con resonancias exóticas,
en las guías telefónicas, en el heterogéneo vientre de las ciudades. Lo buscó en los libros de historia
y en los de relatos de anticipación (por las dudas fueran las palabras las que
lo mantenían camuflado). Lo buscó en los subtes, en las iglesias y entre los
titiriteros nómades. Lo buscó en las búsquedas ajenas, esa corriente impetuosa
que a veces se devora todas las brújulas. Lo buscó en el latido de los órganos,
en los caprichos de los genes, trató de
domesticarlos para que olfatearan.
Muchas veces perdimos las esperanzas,
nosotros que éramos espectadores de su búsqueda, que observábamos desde la orilla, en secreto
nos dábamos por vencidos. Ella seguía buscando, nunca temió al canto de las
sirenas, no la amedrentaron las
tormentas marinas, ni la sed. En
agosto del año 2014, encontró a su
nieto, después de viajes, precipicios, vendavales, se encontraron. Tenía ese
día la sonrisa íntegra, perfecta, colmada y nosotros pudimos presenciar esa plenitud desde la orilla, fue suficiente.
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