LA FOTO

Creo que por fin podré responder las preguntas que me han rondado durante estos últimos dos meses, desde que encontré la foto entre documentos amarillos, facturas de servicios de los últimos cuarenta años y  algunas cartas.  Después,  lograré   dormir  como antes, seis horas seguidas o reencontrar a los amigos que cada vez vienen menos a  casa y no los culpo, a nadie agrada la tristeza. Todo se inició  hace casi diez meses  con el tremendo accidente que sufrieron   papá y mamá, en vísperas  de Año Nuevo. ¿Comenzó entonces o las raíces de los sucesos se hunden en gestos muy   arcaicos? Mamá  alisando sus cabellos y los míos, con el mismo peine,  porque las reinas debíamos aparecer siempre deslumbrantes, o papá contándome la historia de un  barco anónimo  pintado de gris y blanco.  Cuando escuché la identidad  de los occisos, así dijeron  en la televisión, me di cuenta de que estaba detenida ante  un pozo sin fondo, que siempre había permanecido  allí  sin advertirlo,  tal vez,  por mi empeño de sostener  la cabeza   erguida  para denotar  el noble linaje o dirigir la mirada muy lejos, hacia  los nombres de todas las naves que llegaban al muelle. Lo cierto era que  el abismo tenía existencia real y desde entonces  debí  mantener el  estado de alerta para no desbarrancarme. A pesar de todas las dificultades  me fui acostumbrando: controlaba  el vértigo y hasta había comenzado a aceptar el riesgo y las  ausencias. Justo entonces apareció  la foto.  Me inquietó, no lo que se  podía ver sino, lo  oculto.  Sustentaba la certeza de que  ellos no  tenían  secretos para mí, su única hija, la depositaria de los mejores proyectos. Aquella imagen era una traición o algo mucho peor y, ahora percibo, puso  a funcionar  un engranaje absurdo.  Podía escuchar, algunas madrugadas, el tic tac del mecanismo perverso. ¿A quién estaban abrazando mis padres con  expresión de plenitud?  Era una copia de muy baja calidad pero había un plus de confusión,  en  esa presencia velada, que no se explicaba  solamente por el grano demasiado grueso y el excesivo contraste.  Mamá, papá y en el medio otra persona con  el cuerpo en sombras, irreconocible. ¿De cuándo era esa foto?  Me cansé de preguntárselo a la tía Evangelina, hace unos días, pero ella ni siquiera captó el  tono exigente del interrogatorio. La vio  y comenzó a sollozar acariciando con el dedo índice la figura de su hermano mientras repetía: “Pobrecito Pepe, tan unidos que fuimos, si supieras Juanita, cómo lo extraño”. En vano traté de que me contara si ella conocía  las circunstancias en que  había sido realizada la toma, quién era  ¿“el otro” o ”la otra”?  (me inclino por la segunda opción, vislumbro en el porte una actitud francamente femenina).  La tía  balanceaba la cabeza,  negando la perdida  ante un interlocutor que nada tenía que ver con mi visita. La abracé para consolarla,  le prometí que volvería pronto y me marché. Esa tarde por primera vez observé que  el retrato  tenía como fondo una playa con cantos rodados, similares a las que se encontraban saliendo por la ruta tres  hacia el  sur  y, muy lejos, casi en el horizonte, una franjita de mar. Si la escena  había sido registrada   en los alrededores de  Caleta Olivia,  como parecía indicarlo el contexto,  seguramente la habría  procesado  Nelson, el único  experto de la localidad. Eran las tres de la mañana y la señora Laura  me observó alarmada por la hora  o por  mi impaciencia.  A pesar del desconcierto ¿suyo? ¿mío?  logró  comunicarme que el esposo estaba en  Buenos Aires realizando  un curso de fotografía digital  y que  regresaría en un mes. Otro camino abruptamente interrumpido. Volví a casa  despacio,  hacía mucho frío, la primavera aun  no resultaba convincente.  ¿Con quién pasaría las  fiestas? Recordé que el año anterior mamá había invitado a Raquel  que  sólo llegó  a tiempo para concurrir  al  entierro. ¡Raquel! ¿Cómo no la había considerado antes?  De repente una nueva  vía, con seguridad la mejor  amiga de mamá que vivía en San Julián  podría arrojar  luz sobre el enigma, contestar  mis interrogantes.
Estoy conduciendo  hacia la verdad en esta madrugada, con la foto en la mano,  la escarcha tardía, intento clausurar una etapa de dudas y temores, encontrar el puente  que atraviesa todos los precipicios. Ojalá me atreva a cruzarlo.
–Agente repita su mensaje
–De acuerdo, sobre la ruta tres, en el tramo Caleta, San Julián, hay un auto, un Fiat  Palio, que  ha caído del acantilado y en su interior encontré  un femenino, muerto. 
–¿Tiene algún tipo de identificación?
            –Documento Nacional de Identidad  a nombre de Juana Luna, treinta y ocho  años y en la mano izquierda una fotografía  en donde aparece la muerta, sonriendo, entre  otras dos personas ...seguramente debe haber sido  un día más feliz que éste.
–No le entendí agente, repita
            –Decía que me voy a quedar en el lugar hasta que llegue la ambulancia a retirar el cuerpo y que envíen luego un reemplazo para custodiar el vehículo porque me estoy congelando.

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