Soy un “esclarecedor”. Mi mayor desafío ha sido aprender a no exponerme a las impredecibles reacciones de las personas. En una oportunidad un anciano, ex catedrático, me gritó −Yo he dictado Religiones Comparadas durante cuarenta años. ¿Usted quién es, un esclarecedor? –me gustó la palabra y comencé a presentarme de esa manera.Cuando era jefe de personal y me correspondía comunicar a los empleados su despido, la mirada que me dirigían estaba teñida de odio. Para ellos no era un simple mensajero de las decisiones de otros, los poderosos. Sucede ahora algo similar porque también aquí soy un intermediario. Hay quienes me escupen, se ríen o insultan − loco, al Borda, profeta de cuarta, por ahí Piazzolla te dedica otra balada – por suerte no todos transitan la misma negación. Con esos, con los que me creen, suelo mantener charlas prolongadas, sólo que luego no vuelvo a encontrarlos. Es difícil organizar una cita, construir un mapa.Siempre tuve una lucidez exagerada que me permitía anticiparme a los acontecimientos y cuando el gerente general me llamó a su despacho, en el momento en que me extendió la taza de café y dibujó una sonrisa calmante, adiviné que era prescindible, lo demás, la promesa de un traslado, el cambio de actividad, fueron sucedáneos como los que utilizaban para derretir los vidrios que crecían dentro de mi cabeza. Deseo que no se haya aburrido, ha sido usted un oyente perfecto, tranquilo, atento, silencioso, me ha acompañado durante todo mi relato con respeto. A cambio, he sido sincero, le he informado que usted está muerto igual que yo, le he facilitado pequeñas claves para el recorrido que recién inicia, donándole fragmentos de mi experiencia y, aunque algunas chispas de incredulidad percibo, me parece que es de mi calaña, encontrará rápido la manera de acomodarse al entorno. Me agradaría volver a verlo pero ya se habrá dado cuenta de que, en este mundo sin bordes, es casi imposible.
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