En septiembre enterré la semilla, parecía inofensiva y hasta
albergué temores de que no fructificara. Cuando
las primeras hojitas aparecieron, fue necesario protegerlas de las gramillas y los gorriones, fue
imprescindible ayudarlas a ganar
espacios y derechos.
Luego, llegó el crecimiento y
después, el descontrol. La planta, poseída por convulsiones vitales
,estalló en el centro de mi patio.
Ahora, todos los días
debo negociar para que no ingrese en la
casa. Debo convencerla (a veces
intimidarla con mucha autoridad) para que estrangule los alambres (esas rutas
legales que he construido) y no los cables telefónicos o la puerta de la caja de fusibles. Debo arbitrar sus feroces batallas con los perros. Las
confundidas mascotas se esfuerzan por
rescatar sus bebederos de una maraña de flores blancas que viven unas pocas
horas pero se comportan como si fuesen
eternas.
Espectadora de la orgía de
savia y sol, incapaz para decodificar las verdes sincronías, intuyo una
ancestral voluntad de duración y de infinito poder. No quiero alarmarme . Es verano. En esta
estación es fácil
enmarañarse. Es conveniente
esperar las primeras heladas y dejar que ellas desenmascaren las verdaderas
intenciones de la planta. Después será
necesario tomar algunas decisiones.
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