PESTO

-¿Señora que va a llevar?
Los domingos recorríamos  la feria y eran  los púrpuras, los ocres, la sinuosidad  terrestre  de las papas, la compensada tensión de las uvas y las manzanas,  el olor tiránico del apio, los que desanudaban apasionados  fluidos. De regreso, casi nunca teníamos tiempo para cerrar las puertas.
En aquella época yo juraba que, si algún día te alejabas,  iría en  tu búsqueda navegando en  una cáscara de pomelo  y para burlarte comparabas mi voz con el sonido crujiente de los rabanitos.
-¿Señora que va a llevar?
-Deme... aquella cabeza de  ajo con dientes gigantes y morados 

Afortunadamente, los naufragios no son  rotundos.  En soledad  puedo, hasta comer un buen pesto sin necesidad de disimulos.

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